El mundo está en permanente evolución y transformación, al igual que los mercados, las compañías y los públicos. La época en que las empresas solo debían producir rendimientos sin importar el para qué ha pasado. Hoy es necesario conectarse con el propósito superior, el para qué existe la empresa. Esa razón de ser que trasciende los límites de la organización, enamora a los socios, justifica sus sacrificios y riesgos, vincula a los empleados y los hace sentirse parte del mismo.

No tener un propósito superior expone a la empresa, porque si lo que los une a la sociedad son solo los beneficios económicos, los accionistas pueden encontrar mejores opciones con menos riesgos y problemáticas, los empleados pueden trabajar en empresas que los inspiren y los clientes pueden adquirir servicios y productos que los conecten con sus causas. 

No tener un propósito superior hace que la propuesta de valor se diluya, que los clientes, proveedores y empleados pierdan eso que los une e inspira, que los identifica con la compañía y que hace que esta se diferencie de las demás.